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jueves, 12 de abril de 2012

No hagas nada. Siéntate a mi lado, en silencio. No, no digas nada. Sé que a ti el silencio te incomoda, todo lo contrario que a mi, pero por favor, no hables. Yo, totalmente opuesta a ti, prefiero quedarme tumbada encima tuya, cerrar los ojos, y escuchar los lentos latidos de tu corazón.—Vale, intento respirar tranquilamente, como haces tú. Te miro, me miras. Tu mirada expresa incomodidad, y un cierto toque de curiosidad. Me indicas con la mirada que continúe.—Se que no soy lo que buscas, que te va otro royo de tías, lo sé, créeme. Más habladoras, más atrevidas.—Bajo la mirada y los hombros, ya se me han quitado las ganas de hablar. Te acercas un poco más, me coges la mano y me la apretas. Vuelvo a levantar la mirada, y veo que tienes una suave sonrisa en la cara. Eso me anima un poco.—Lo que quería decirte es que no te obligo a que sigas viéndome, tírame de tu casa, dime que tienes cosas que hacer, que tu madre va a volver pronto, dímelo, no pasa nada, lo entenderé, ya estoy acostumbrada a este tipo de cosas. Lo último que quiero hacer es que pierdas tu tiempo con alguien que no mereces, con alguien que te aburre. No se si me entiendes. Tal vez llevemos demasiado tiempo viéndonos, pero te prometo que la única causa por la que sigo quedando contigo es porque te necesito, necesito tus abrazos, tus labios, y bueno, te necesito a ti en general.—Bajé la mirada, avergonzada. Vale, ya lo había dicho. Ahora vete, venga. Me levanto lentamente, y aparto mi mano de la suya, que todavía tenía agarrada. Y en silencio, paso por su oscuro pasillo de casa, hacia la puerta de salida. No me sigue. No me sigue. Ya se ha desecho de mi. Abro la puerta, me meto en el ascensor y apreto el botón B. Y es entonces cuando rompo a llorar, le doy un puñetazo al ascensor, y hace un ruido raro. Ya estoy abajo, pero no me apetece abrir la puerta. Me deslizo hacia abajo, y vuelvo a llorar. Venga tonta, levántate, sécate las lágrimas y sal de ahí de una maldita vez. Eso hago. Abro la puerta del ascensor, y de repente alguien me coge de la muñeca y me tira hacia atrás. No grito, ya que reconozco esas cosquillas en mi piel. Tengo la mirada en nuestros pies, y él me sube la cabeza hasta quedar el uno delante del otro, a pocos centímetros.—Venga tonta, sube a mi casa, anda, y que sea la última vez que dices esas tonterías ¿de acuerdo? Y no llores, por favor, no llores por mi, es lo último que quiero que hagas. Si alguna vez te hago daño, me odiaré por siempre, eso ni lo dudes.—Me coge la mano, esas cosquillas, esos escalofríos tan fantásticos no los cambiaría por nada del mundo. Y por primera vez en todo el día, sonrío.