Le empiezas a odiar en el momento en que te das cuenta
de lo mucho que le quieres;
de lo poco que te importa estar mal contigo, por estar bien con él;
de lo tonta que eres cayendo de nuevo en sus palabras y sus miradas
esas que tan enganchada te tienen,
esas que te hacen perder la cordura y la lógica,
también las bragas,
esperando (tal vez en vano) que sólo sea a ti
a quien se las quite así.
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