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martes, 7 de mayo de 2013

Y todo se reduce a dormir durante el día, llorar por la noche. Todo se reduce a él. Todo se reduce a "lo que pasé con él" y a "lo que nunca pasará porque todo ha terminado". Todo se reduce a pensar en él.

Todo se vuelve negro. Un negro solitario.
Todo empieza a dar igual.
Todo desaparece.
Todo excepto él.

Él no. Él se intensifica. Resplandece en mi mente, sólo existe él, y entonces recuerdo cosas que ni me acordaba que habían pasado. Recuerdo cada momento. Incluso recuerdo cada palabra que salió de su boca, aunque fueran tardes enteras. Lo recuerdo todo. 
Su sonrisa en esos momentos. 
Sonrisas cómplices.
Recuerdo sus ojos, admirándome, deseándome.
Sus manos recorriendo mi cuerpo. Sus labios subiendo y bajando. De boca a cuello, de cuello a boca.
Yo estudiándole, él estudiando mi piel, mi espalda, mi cuello, mi barriga.

Él sonriendo. Él susurrando. Él gritando. Él riendo.

Todo se reduce a él. Todo lo demás desaparece.

Y me quema, me desgarra en mil pedazos, y grito. A veces en silencio, otras descargando esos gritos contra la pared a través de mis puños. Y duele. Pero nunca más de lo que siento dentro. Yo desgarrándome cada vez que recuerdo que ya no le tengo. Pero hay algo peor que no tenerle, y es saber que le tuve.

¿Qué hago ahora con todos esos recuerdos? ¿con todos esos 'te quiero'?
¿con todos esos 'pequeña', 'princesa', 'enana', 'bonita'? ¿qué puedo
hacer para olvidar eso?
¿Y qué me dices de verle y sabes que él ya no se acuerda de nada, o que al menos ya no quiere acordarse? Eso sí duele.
Todo lo relacionado con él duele. Incluso su nombre. Él entero me duele.
Cuando le miro. Cuando sé que mi sitio lo ocupa otra. Cuando su mano ya no la puedo coger yo, sino otra.
Todo duele. Y vuelvo a gritar. Gritar sin que nadie me oiga.